sábado, 28 de noviembre de 2015

La era Neobarroca. Alegoría, teatralidad y éxtasis sensorial – Ana Vidal Mesonero

Cuando efectuamos una aproximación reflexiva en torno al arte de las últimas tendencias, se nos plantean una serie de cuestiones previas que es preciso clarificar para contextualizar nuestro trabajo:
¿Cómo podríamos definir el período cultural actual?
¿Existe algún carácter o criterio específico que nos permita establecer una caracterización estética del presente?
¿Cuáles son los rasgos que definen a un gran número de las más recientes creaciones artísticas?

Nuestra época
En principio, podemos afirmar, que la nuestra, en lo estético, es la época de la multidisciplinaridad, del apropiacionismo descontextualizado, de la pluralidad discursiva. En definitiva, de la proliferación ecléctica de tendencias formales, conceptuales y estéticas. Sin embargo, a diferencia de otros periodos similares, como el fin de siècle vienés o europeo, por ejemplo, en nuestra época prima la aparición de fenómenos emergentes que buscan provocar la excitación emocional del público, frente a la llamada conducta habitual.

Neobarroco: Reflejo necesariamente pulverizado de un saber que sabe que ya no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo. Arte del destronamiento y la discusión. Severo Sarduy

El ritmo frenético de la vida social actual, de los mass media y de las propuestas estéticas, en consecuencia, hacen que el gusto y los mecanismos de producción cambien rápidamente. Desde la década de los sesenta del pasado siglo nos hallamos ante un desbordamiento general de los cauces de la cultura, en el que se trata de romper con cualquier determinación estética o lingüística a favor de la experiencia emocional del espectador, del éxtasis sensorial como vehículo de reflexión. Parece que el arte tenga que ser cada vez más osado para reinterpretar este cambiante y multiforme contexto.
Esta multitud de discursos formales y tendencias estéticas conviven y se influyen entre sí, sin que haya que distinguir un estilo predominante. Nos encontramos, por lo tanto, ante un panorama cultural que no posee un carácter unívoco.

Neobarroco
Frente a la confusa y generalizada etiqueta de postmoderno (muy utilizada en el ámbito de la creación artística), son numerosos los autores que proponen una nueva categoría para definir las estructuras socioculturales y los comportamientos estéticos de nuestra época. La palabra clave, a este respecto, es Neobarroco.
Autores como Omar Calabrese, Christine Buci – Glucksmann, Mario Perniola, Severo Sarduy, Gilles Deleuze o Francisco Jarauta, entre otros, son los representantes de esta corriente filosófico-estética que determina la caracterización de nuestra época como neobarroca.

Barroco
El concepto Barroco, de significado históricamente enigmático, fue acuñado por los artistas neoclásicos del siglo XVIII para aludir despectivamente (como arte extravagante, decadente, falso) al arte producido en el periodo que se extiende entre el Renacimiento y el Neoclasicismo.
La rehabilitación del Barroco fue iniciada por los teóricos románticos del siglo XIX (Heinrich Wölfflin) que lo concebían como un arte lleno de originalidad. El entusiasmo por el Barroco ha culminado en el siglo XX en el que algunos teóricos (Eugenio D’Ors o Walter Benjamin, entre otros) llegaron a considerarlo como una constante estética que se repite en la Historia.
El arte del Barroco histórico europeo y de la América colonial es un arte dominado por lo emocional frente a lo racional, con la excepción del barroco cartesiano y racionalista del Grand Siècle francés.
Frente al sometimiento a normas racionales del Renacimiento, el Barroco se guía únicamente por lo sensorial y visual. Esto, en los diferentes lenguajes expresivos, implica una falta de normativa estilística y una gran libertad artística. En todo caso, la única norma viene dada por la necesidad de conmover e impactar al espectador. Ello se logra mediante:
El dinamismo (curvas y contracurvas)
Los efectismos (figuras irregulares, asimétricas, engaños visuales)
Los contrastes (luz/oscuridad)
El realismo extremo.

Neobarroco
Partiendo de esta sumaria recapitulación acerca de lo barroco histórico, aclaremos que, obviamente, cuando hablamos de Neobarroco, no nos referimos a una vuelta al Barroco entendido como la producción estética de un cierto período histórico, sino que podríamos hablar de una vuelta de lo barroco, entendido como un sistema de organización cultural, con estrategias de representación propias. Un sistema que se caracteriza por su complejidad, su tendencia a la inestabilidad, su rechazo de lo normativo, por un fuerte sentido anticlásico y por el impulso alegórico.

Frente a lo sublime de la grandeza y del resplandor propio de las estéticas y poéticas derivadas del Pseudo – Longino *, y exaltando la sublimación en sus extremos (tanto del bien como del mal, de la vida como de la muerte), el neo – barroco trabaja en una “desublimación de lo sublime” y penetra en los que Rosenkranz llamó el “infierno de lo bello. Christine Buci – Glucksmann

Tampoco estaríamos hablando de un revival propiamente dicho. Como afirma Veit Loers:
El neobarroco se alimenta de imágenes que surgen en la memoria colectiva, de imágenes de fragmentos culturales cuyo contexto, sin embargo, no es reconstruido. Imágenes que apoyan y justifican la demanda de nuevas estructuras, aunque se producen fenómenos sorprendentes que nada tienen que ver con el “revival”, pero que evidentemente poseen los mismos códigos genéticos

Sin embargo sí podría hablarse, al relacionar lo barroco y lo neobarroco, de la asimilación de una misma sintaxis estética. Las obras artísticas de finales del siglo XX y principios del XXI no son menos existenciales, enigmáticas y apocalípticas que las alegorías barrocas. Presentan caracteres muy similares a éstas:
Tendencia alegórica.
Prevalencia de los juegos retóricos
Heterogeneidad
Gusto por la complejidad
La variación metamórfica
La apariencia
La hiperteatralización

¿Cuando podemos hablar de neobarroco?
El nacimiento de la formulación teórica de esta corriente parece situarse en la filosofía de Walter Benjamin, quien, ya en los años veinte, había señalado la importancia de la experiencia barroca para la comprensión de la genealogía de lo moderno. Otra figura destacable en la revalorización del concepto de barroco será Baudelaire. De él nacen el gusto y la sensibilidad hacia la belleza de la circunstancia y el artificio.
Como señala Francisco Jarauta respecto a la complejidad de la situación cultural actual:
Es esta dificultad, que acompaña a la primera experiencia moderna para darse un nombre, la que constituye la dimensión dramática de la misma y la que alimenta un doloroso escepticismo

A este respecto un concepto fundamental de la experiencia barroca será el drama barroco, cuyo objetivo sería representar la experiencia de una época incapaz de establecer un verdadero saber sobre sí misma.
Subrayando la idea que apuntábamos más arriba, Omar Calabrese, autor de La era neobarroca, define “barroco” no sólo y no tanto como un período determinado y específico de la historia de la cultura, sino como una actitud general y una cualidad formal de los mensajes que lo expresan. Desde este punto de vista, puede darse el barroco en cualquier época de la historia.
En definitiva lo barroco es casi una categoría del espíritu que se “opone” a lo clásico, como un rechazo al sistema normativo, la tendencia a la sistematización regulada frente a la primacía de la caótica imaginación. Por ejemplo, las vanguardias serían lo clásico dentro del arte contemporáneo, (de hecho la denominación postmoderno hace referencia al arte que ha superado la modernidad de las primeras vanguardias).
Como afirma Calabrese:
Me parece que la oposición entre los dos términos se puede replantear en el ámbito del gusto contemporáneo y, más específicamente, en los juicios de valor. Al referirme a lo clásico hablo fundamentalmente de categorizaciones, de juicios orientados fuertemente a la estabilidad y al orden; en cambio, entiendo el barroco como categorizaciones de juicios que excitan sensiblemente el orden del sistema, lo desestabilizan en alguna parte y lo someten a turbulencias y fluctuaciones

Características:
Desde un punto de vista socioestético la era neobarroca puede explicarse a través de la denominada “dimensión fractal”. Los cuerpos fractales son aquellos que poseen una forma irregular y no se les puede aplicar las leyes de la geometría euclidiana, por lo que se debe crear una nueva geometría multidimensional, la fractal. La cultura de nuestro tiempo obedece a modelos fractales (irregulares, informes, rizomáticos), que se expresan por patrones de producción y recepción que asumen creativamente una serie de conceptos o ideas-fuerza que exponemos a continuación:

(1) Ritmo y repetición: Por ejemplo los objetos realizados en serie, cuya belleza se halla no en el propio objeto, sino en su disfrute cotidiano (consumismo). Asimismo el ritmo frenético también es un elemento característico de la producción cultural de la sociedad de consumo. Se trata de un público que se satura rápidamente, parece que las tendencias se agotan y vertiginosamente, al menos en apariencia, deben cambiar las reglas del gusto y la producción cultural.

(2) Límite y exceso: Calabrese diferencia entre sistemas culturales centrados (orientados a la estabilidad) y sistemas culturales descentrados (próximos a un límite). En estos últimos prevalece el gusto por ensayar y romper las reglas que definen el sistema. A este tipo de sistemas culturales descentrados pertenecería, pues, el sistema cultural neobarroco.

(3) Violencia, horror y erotismo: por otro lado, en lo neobarroco hay una fuerte tendencia hacia lo excesivo (violencia, horror, erotismo, etc.).

(4) Teatralidad y éxtasis emocional: se busca provocar un fuerte impacto en el público / consumidor apelando a sus emociones a través de la espectacularidad (culto al hedonismo sensorial). Comportamientos artísticos que proceden de ámbitos que tradicionalmente se encuentran fuera de lo convencional: la contracultura, las tribus urbanas, el cine de género fronterizo, el cómic, la publicidad, los videojuegos, la nueva sexualidad.

(5) Artificio y simulacro: según los postulados neobarrocos parece que el artificio impera a nuestro alrededor. El mundo se ha convertido en un inmenso decorado, una fachada de cartón piedra. Estamos ante el triunfo del simulacro, de la apariencia, del artificio y de la vanidad de todos los sentidos. Por tanto la realidad se enmascara, disfrazándose de sí misma, reinterpretándose y participando en el juego de la seducción y el trompe l´oeil.

-Las “realidades virtuales” están presentes hasta en los ámbitos más cotidianos (reality shows, centros comerciales, ciudades espectáculo como Las Vegas, edificios espectáculo – museos como el Guggenheim de Bilbao o el Centro Pompidou en París-).
-En estas premisas aflora la conciencia de irrealidad del hombre barroco (o mejor dicho, del hombre de la era neobarroca); “su inquietud ante un orden carcomido por su propia inconsistencia ante el cual se responde mediante la vanidad de todos los sentidos, la estetización exagerada y la licencia para dedicarse al juego in – transcendente de las apariencias”.
-La seducción del barroco en la actualidad se debe a la relectura que podemos hacer de lo moderno a través del espejismo barroco: el mundo se transforma en laberinto de formas sinuosas, retorcidas, efectistas; en un escenario teatral de la naturaleza muerta, del propio drama en la representación de las pasiones y emociones del ser.
-Esto se traduce en el gusto moderno por el fragmento (apropiacionismo descontextualizado, citas a distintas tendencias, etc.).

(6) Fugacidad de la vida y banalización de la muerte: Como señala Fernando Royuela respecto a la concepción de fugacidad de la vida terrenal en el barroco histórico: “vanidad de vanidades. Todo es vanidad y por lo tanto instante, tránsito, efímera inmediatez. El barroco hace suyo este concepto y sus pintores se lanzan a pintar esqueletos rodeados de riquezas, cadáveres mitrados, cráneos coronados con joyas inservibles para la vanidad”. Basta mirar las obras Finis gloriae mundi o In ictu oculi de Valdés Leal para comprenderlo. Pues bien, en el neobarroco, las distintas imágenes pueden constituir una vanitas en sí mismas, no tanto como una alusión a un destino final ineludible para el que hay que prepararse (concepción barroca), sino como una reivindicación del disfrute de la vida, el carpe diem.

-A este respecto, la omnipresente imagen de la calavera (símbolo por excelencia de la muerte a lo largo de toda la historia) sigue siendo una constante en las creaciones contemporáneas (por ejemplo la famosísima calavera de Damien Hirst o el cráneo con orejas de Mickey Mouse de Rubinstein), pero ahora este tipo de alegorías se convierten en metáforas plagadas de símbolos de la decadencia de la sociedad de consumo de masas; la “fresca ruina de la tierra”.
-El tema de la muerte o la fugacidad y banalidad de la vida siempre han estado muy presentes a lo largo de la historia del arte (desde las danzas macabras medievales). Pero será en la nuestra, la era de los mass – media y del capitalismo triunfante, cuando adquiera un carácter mucho más transgresor a la par que violento. Como ejemplos podemos citar a artistas como Teresa Margolles, Regina José Galindo, Andrés Serrano, Christian Boltanski, Gina Pane o Ana Mendieta.
-El ciudadano medio occidental vive a un ritmo frenético en un mundo globalizado y tecnologizado, tiene a su alcance toda la información, a través de los citados medios de comunicación de masas, y disfruta mediante el consumismo. Pero este ritmo de vida le lleva a la banalización excesiva y la construcción de ficciones perfectas. Parece que el existencialismo es ya un pensamiento caduco y no pensamos en la muerte, tratamos de eludir cualquier reflexión acerca de ella. La violencia, la muerte y el fanatismo religioso se han convertido en algo tan cotidiano, tan estéticamente banalizado (baste pensar en las imágenes de guerra, terrorismo, crímenes, que saturan cada día los periódicos y telediarios) que ya ni siquiera se reflexiona sobre ello, se le da la espalda a esta realidad. Se reacciona de un modo cínicamente perverso, para no caer en el pesimismo y la melancolía, que se esconden bajo la superficie especular del exceso.

En la actualidad
Por último, podemos señalar que también en nuestra época se da una analogía contextual con el periódico histórico del barroco. En efecto, durante los siglos XVII y XVIII se vive un periodo de crisis integral: socioeconómica (choque del capitalismo incipiente con unas estructuras de producción feudales), política (monarquía absoluta versus parlamentarismo) e ideológica (Contrarreforma católica versus revolución científica).
En la actualidad la crisis socioeconómica se manifiesta tanto en un proceso globalizador que revela los límites del capitalismo y su incapacidad para acercar los recursos del Norte a los del depauperado Sur, como en la asimilación del nuevo escenario que supone la aparición de superpotencias emergentes como China.
Igualmente, la crisis política aparece como teatralidad neobarroca en un sistema democrático en el que parece que hemos pasado de la política de la representación (de los ciudadanos) a la representación de la política (la política como espectáculo).
Desde el punto de vista ideológico nos movemos en una crisis entre los integrismos religiosos y la fe postmoderna en la ciencia. Toda esta conciencia de crisis, que compartimos con los hombres del barroco, no cabe duda que tiene su reflejo en el proteico armazón estético neobarroco.


* Longino o Pseudo-Longino es el nombre habitual que se da al autor del tratado “Sobre lo sublime”, que especifica especialmente el concepto de "grandeza" en la literatura. “Sobre lo sublime” es una de las principales obras de la poética y la crítica literaria de la Antigüedad clásica, junto con el Arte Poética de Aristóteles y la Epístola sobre el Arte Poética de Horacio. El no entender su carácter poetológico y prescriptivo ha conducido a interpretaciones limitativas y de escaso horizonte técnico. Longino elabora una doctrina elocutiva pero además de teoría poética y cuasi estética de lo sublime, fundándolo en cinco causas productoras de la "grandeza de estilo", que alcanzan desde el talento y la pasión, cualidades innatas, hasta las fuentes técnicas basadas en la formación de figuras retóricas de lenguaje (de pensamiento y dicción). Todo ello se resume en una "composición digna y elevada". En general, promueve una elevación del estilo en el marco doctrinal tradicional de la "teoría de los estilos", tendiendo por tanto a lo "sublime", el más elevado de los tres estilos, una elevación, de origen platónico, y una grandeza, de cuño propio, la cual identifica en sumo grado mediante el "fiat lux" del Génesis y asimismo considera posible en el "silencio".